9 de octubre de 2013

No toda reconciliación es justa

Quisiera realizar una de las muchas reflexiones con motivo del cuadragésimo aniversario del golpe militar en Chile y de las innumerables violaciones a los derechos humanos que lo sucedieron. El problema no es en primera instancia quién posee la razón hoy, sino (me apoyo aquí en el lema de un escudo debilitado por el nacionalismo) quién contó con la fuerza en aquella época. Entender lo segundo ayudará a la comprensión de lo primero.

Con este fin, me permito afirmar lo que podrá ser una vieja insistencia: debe haber justicia. Pero la vejez de esta insistencia no yace únicamente en la opinión (por más que éste parezca ser el escenario actual), sino sobre la vejez misma de la historia humana. Y esta historia nos muestra que la justicia necesita muchas veces del castigo. Una cuenta balanceada de este aspecto es algo que faltará lamentablemente en la celebración de este aniversario.

La justicia no se alcanza con peticiones de perdón acompañadas de exigencias de perdón, como la del senador Hernán Larraín. Por algo son peticiones, muestras de humildad, y no exigencias, muestras de poder. Tampoco se alcanza con actos políticos, ni con ceremonias religiosas, ni con especulaciones (a veces sólo en voces escritas, calladas) de una reconciliación forzada. No toda reconciliación es necesariamente justa. Sin embargo, una auténtica y honesta reconciliación surge únicamente de expresiones y aplicaciones de justicia. Ésta tampoco surge de la simple interpelación a cómplices pasivos, como la de Sebastián Piñera, sino del castigo equilibrado de los cómplices directos y activos.

La justicia y sus respuestas se alcanzarían tal vez si toda una sociedad las pidiera. Pero no es cierto que toda la sociedad chilena las pide, como afirmó Ernesto Lejderman. Lamentablemente, tal no es el caso.

Así, el carácter singular de la sociedad chilena a las sombras de este aniversario es precisamente que una gran parte no exige respuestas y preferiría que nunca se exigieran, lo que a las luces de cualquier percepción internacional de democracia parece vergonzoso. Posiblemente, este tipo de vergüenza sea al final lo único que permita alcanzar esa vieja justicia en un país de un nacionalismo tan arraigado como Chile.


7.9.2013 


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